- Te lo dije, ese elfo no era de fiar...
Resonaba la voz del mentiroso en el interior de Ninfa, y su corazón latía desesperadamente. Las lágrimas inundaban sus ojos impidiéndole ver por dónde iba, en varias ocasiones su frágil cuerpo fue golpeado por las ramas de los árboles.
Cuando sintió que ya se encontraba lejos del lugar, estalló en llanto deteniéndose definitivamente cerca de una cascada. Ahí tras un arbusto de moras quedó de rodillas, sus manos taparon su rostro, y por momentos apretaba sus mejillas.
- Ese elfo se acercó a ti para obtener un beneficio que seguramente le iba a dar esa horrible gárgola, ambos son lo mismo.
Gritaba la voz interior.
- Pero esa paz... nunca la había sentido... ¿cómo puede un ser irradiar paz y a la vez ser malo?
Cuestionaba Ninfa.
- Eso es lo que quiere que tú creas, que es un ser que da paz, para que vayas con él , para seducirte, para tenerte entre sus garras, y una vez ahí, entregarte a la gárgola, mírate ¿tú crees que alguien que dé paz se te acercaría? ¡desde luego que no! el elfo sólo busca su provecho...
- Pero, pero... no puede ser posible... Duhal me dijo que quería ser mi amigo...
- ¿Duhal? ja, a lo mejor ni siquiera ese es su nombre, además ¿cuándo has sabido de alguien que dé paz así nada más? NADIE, óyelo bien, NADIE se toma esa molestia si no es por algo a cambio...
- Es verdad, nadie da nada así, sólo por dar...
Ninfa nuevamente había creído en esa voz interna del mentiroso y un vacío la embargaba. La voz no iba a dejar que nadie le quitara ese lugar de privilegio, ese lugar que le permitía ser escuchado por Ninfa y nadie más. Dentro de ella la voz era alguien, existía porque Ninfa le hacía caso, de ella se nutría. Esa voz era como un caballo salvaje que iba a donde quería, y no existía nadie que lo domara, que cuando percibía que había alguien que lo quería montar, se embalaba para pasar sobre él.
Sus mentiras eran muy contagiosas y echaban raíces en el corazón de Ninfa rápidamente. La voz no dejaba de juzgarla, le indicaba qué estaba bien y qué estaba mal, que era hermoso y qué era horrible. Ninfa había pasado toda su vida escuchando al mentiroso interior, no había razón para no dudar de él. Y por creerle, andaba en la búsqueda de algo que la llenara, algo que la hiciera sentirse plena, pero cada vez que pensaba que ya lo había encontrado, se aparecía esa voz destruyendo todo a su paso... haciéndola sentir mal, imperfecta, sucia y torpe... porque pensaba que debía estar a la altura de las expectativas de los demás, pero nunca lo lograba...
Cuando Ninfa sentía en su corazón algún destello de esperanza, la voz la aniquilaba inmediatamente, desde el punto de vista de la voz, Ninfa no merecía nada y no era digna de nada ... ni de nadie... no merecía vivir, no merecía sonreír, no merecía conocer la verdad, no merecía ser feliz, no merecía amar ni era digna de ser amada... Aún añoraba los momentos de felicidad que alguna vez vivió...
Y Ninfa nuevamente echó a llorar... (Continuará)
1 comentario:
Ninfa,
¿Qué te detiene ya?
¿Qué te dobla las piernas?
¿Qué te amarra allà?
¿Quién no quiere que crezcas?
J.A.
Publicar un comentario